« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
II DOMINGO DE PASCUA
El Domingo aplaudimos con entusiasmo al Resucitado. Qué alegría nos da el saber que seguimos de cerca a Alguien, que ha vencido a la misma muerte. Él nos llena de seguridad, anima la esperanza, nos da fuerza para seguir caminando. Y la Liturgia de este Domingo, comienza con la visita a los Apóstoles, para animar su fe.
Aunque no lo dice el Evangelio la primera visita sería a su Madre. Allí estaba, en casa, esperándole. Llegó, desbordando de alegría el corazón de la madre. Nosotros, oímos de labios de Jesús aquella cosa tan bonita del novio del Cantar de los Cantares: "Levántate, amada mía, hermosa mía y vente. Porque mira ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra. El tiempo de las canciones ha llegado. Se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra..." (Ct. 12. 10-12) Y María habría besado las benditas llagas de Jesús.
"Les dijo: Paz a vosotros".
Al anochecer, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Entró Jesús y les dijo... y les repitió: "Paz a vosotros".
No cabía mejor palabra. Tenían derecho a esperar una palabra de reproche. Pero Jesús es distinto a nosotros. Él es el gran perdonador y no podía decirles otra palabra ni más bonita, ni más necesaria: “Paz a vosotros”.
También a nosotros nos gusta oír esta palabra: hay paz, han hecho las paces, daos la paz. Pero suele ser una palabra empobrecida. Casi siempre es expresión de mano tendida, de equilibrio de fuerzas, de una tregua en la lucha. La palabra paz no siempre significa, como en Jesús, corazón grande, que se da del todo y lo da todo.
El "Shalom", la paz de Jesús, es plenitud de amor, de bendición, de bondad. Era decirles en aquel momento de miedo: "No temáis. Soy Yo y estoy aquí con todo lo bueno de mi vida"
Podría haberles dicho: ¿os acordáis del abrazo del Padre del hijo pródigo, de la alegría de los novios de Caná, al beber el vino nuevo, de la Samaritana cuando corrió a su gente olvidando el cántaro, de la seguridad de la oveja perdida en el hombro del Buen Pastor, de Pedro cuando recogía mi mirada de perdón en el Cenáculo o cuando no quería que se terminara el buen rato del Tabor, o de la paz que encontró el Buen ladrón en la cruz...?. Todo eso y mucho más y para siempre, va escondido en esa palabra mía: "Paz a vosotros"
La paz que os deseo, es "fuente de agua, que brota para la vida eterna", es "río de agua viva" y "pan que da la vida", es "vida y vida abundante". La paz "soy Yo"
"Como el Padre me envió así os envío yo". Nosotros acogemos esta paz de Jesús y nos convertimos en gentes de paz, testigos con la vida, constructores y sembradores de paz, con palabras, gestos y toda nuestra existencia...
Nuestro mundo necesita mucha gente, que vaya por la vida con el corazón en la mano, pero lleno de esta paz de Jesús.
"Recibid el Espíritu Santo"
Dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo"... Jesús lo había prometido: "Os daré otro paráclito, para que esté con vosotros: el Espíritu de la verdad". (Jn. 14. 16-17). Y puede decirse que en este momento, que cumple su promesa, nace la Iglesia.
El Libro de los Hechos, que leeremos esta temporada va a ser el Evangelio del Espíritu Santo. Los Apóstoles con esta fuerza, creen en Jesús, hacen sus obras, cambian de corazón. Comunican a todos la Paz del Señor.
Nosotros necesitamos esta fe en el Espíritu Santo. La Iglesia es siempre un espacio donde se da el Espíritu Santo. ¡Ven Espíritu Santo! La oración, los Sacramentos, la propia vida, vivida cerca de Jesús, la caridad… son el Cenáculo donde se nos da el Espíritu. También nosotros lo recibimos viviendo con María. Y se nos da el Espíritu para que nuestra vida sea algo nuevo, por eso el Evangelio nos dice que la Iglesia recibió el encargo de perdonar los pecados, precisamente el día de Pascua. ¡Dichosos nosotros porque creemos sin ver!
Mons. JOSÉ MARÍA CONGET