« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
28 DOMINGO ORDINARIO
Seguimos a Jesús "en el camino a Jerusalén", cerca ya de la Semana Santa. Somos testigos de que cura a unos leprosos y le duele la ingratitud de la gente. El mensaje nos invita a revisar nuestra oración. ¿Le rezamos a Dios confiadamente? ¿Somos cristianos agradecidos?
Diez curados, pero sólo uno agradecido
En aquella cultura la lepra era una enfermedad terrible. Se entendía como algo mágico, un castigo de Dios. Eran los sacerdotes los que declaraban la enfermedad y testificaban la curación. Los leprosos quedaban marginados de toda vida social. Iban por las calles avisando a la gente para que no se contagiaran:"Tamé, tamé: leproso, leproso”.
En esta ocasión "vienen a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: ¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!". La necesidad los ha unido. El dolor les hace gritar. Han descubierto que es Jesús el único que los puede curar y se lo piden confiadamente.
Jesús les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios"
Todos estarían contentos y reconocidos a Jesús, pero "sólo uno se volvió alabando a Dios a grandes gritos". Seguramente que los otros nueve habrían creído que les bastaba el precepto de presentación a los sacerdote. A Jesús le dolió la ingratitud.
(La Misa de cada domingo y de cada día es un encuentro con el Señor. Le llamamos Eucaristía, acción de gracias. Dios nos da todo lo mejor, su persona. A veces la rutina nos puede. Nos parecemos a esos nueve cumplidores de un "rito de acción de gracias", cuando tenemos que ser como ese samaritano que irrumpió en el corazón de Dios, dando gritos y alabando. "Se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias".)
Oración personal
Los diez leprosos gritan desde su necesidad: "¡Jesús, ten compasión de nosotros!". Era una oración personal. Todos y cada uno. Y a gritos, porque sienten su necesidad.
Orar es entrar en esa relación personal con Dios. Un tú a Tú. Tengo fe en Él. Lo siento cerca y le digo cordialmente: ¡Hola!, ¡Gracias!, ¡Perdóname!, ¡Ayúdame! La relación orante con Dios se vive en esos cuatro matices: petición, acción de gracias y alabanza, petición de perdón.
Lo más corriente es pedir. Tenemos tantas necesidades. Algunos se enfadan y creen que Dios está sordo, porque no consiguen lo que quieren. Pero Él es siempre Padre. Sabe nuestras necesidades y nos ha dicho: "Y, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más tu padre del cielo, dará el Espíritu Santo a los que se lo piden". (Lc. 11.13)
La oración es un acto de fe, un diálogo con el Señor. Le pido lo que creo que es bueno para mí, desde la salud, a la suerte de los hijos, pero lo dejo todo en sus manos. Él sabe más lo que me conviene.
"¿Los otros nueve dónde están?"
Con esa pregunta expresa el Señor su extrañeza. Y hoy nos podrá decir algo parecido a tanto mendigo, con las manos llenas, que no sabemos decir gracias.
Eso que se nos hace tan natural: la vida, la salud, la alegría, el pan de cada día, el tener gente que nos quiere... la fe, la esperanza, el saber que Dios me cuida... es un don de Dios, que merece gratitud. "¿Qué tienes, que no lo hayas recibido?" (1. Cor.4.7)
Y desde que Él, nos redimió en la Cruz, hasta eso tan poco apetitoso, que se llama enfermedad, contrariedad, cruz... también es motivo de gratitud. En todo manifiesta el amor de Dios. Todo puede ser camino de santidad, cielo. "No se pueden comparar los sufrimientos de este mundo con la gloria que nos prepara". (Rom. 8.18)
+MONS. JOSÉ MARÍA CONGET