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HOMILÍA
La fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos es uno de los días más entrañables que venimos celebrando los cristianos a lo largo del año litúrgico. Sabemos que, llegado el momento, Jesús dejó de estar visiblemente presente en medio de los suyos. Eso no significaba, ni mucho menos, que les dejara solos y abandonados. En muchas ocasiones les había prometido que, cuando él faltara, les enviaría la fuerza y la ayuda del Espíritu Santo y, sus últimas palabras, no dejaban lugar a dudas: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos.” Hoy nosotros seguimos creyendo en esta promesa.
La fiesta de la Ascensión ha estado unida, en muchas parroquias y comunidades, a las Primeras Comuniones de tantos niños y niñas que, vestidos de fiesta, le han querido recibir en el pan consagrado, iniciando así una amistad destinada a durar toda la vida. El Jesús que asciende al cielo es el Jesús que nos espera en el Sagrario, el que podemos recibir a diario en cada misa a la que asistimos, el que un día veremos procesionar por muchas de nuestras calles y plazas el día del Corpus.
La fiesta de la Ascensión recoge en su seno la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Nuestro mundo no se entendería sin los modernos medios que nos ponen en contacto a los seres humanos de cualquier lugar del planeta. ¡Qué bueno es que los empleemos para el bien, para anunciar el mensaje de Jesús, el evangelio del que somos depositarios! La Fe es un tesoro que no podemos guardar para nosotros solos. Debemos compartirlo con todos los medios que están a nuestro alcance: la prensa, la radio, la televisión, internet y las distintas redes de comunicación social. Seamos misioneros a través de las ondas. Y no olvidemos nunca las últimas palabras de Jesús: “haced discípulos de todos los pueblos, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.”