« PLEGARIA EN EL 2º DOMINGO CUARESMA |
XXIII DOMINGO ORDINARIO
Esto quiere ser la Liturgia de este Domingo. "Mirad a vuestro Dios... viene en persona resarcirá y os salvará". Y nos va muy bien un poco de esperanza después de estos meses de una sequía desoladora, incendios devastadores. Y sobre todo es noticia permanente de muertes, guerra fratricida, odios, cólera... que nos llegaba desde una nación tan querida como Rwanda. Con la única noticia esperanzadora, de muchos corazones buenos, que allí han ido a dar lo mejor de sus vidas, empezando por los misioneros.
LA ESPERANZA CRISTIANA
Cuando hablamos de esperanza pensamos siempre en un futuro mejor. Y en el horizonte siempre descubrimos el Cielo. Somos peregrinos a la Casa del Padre. Algún día estaremos allí: "Ni luto, ni llanto, ni dolor..." Y eso para siempre y en la mejor compañía.
Pero la esperanza cristiana tiene su fase, también aquí, en la tierra. Es una virtud que se relaciona, siempre, con la vida en este mundo. La esperanza del cielo nos empuja y compromete a que trabajemos, para hacer más habitable este mundo, en el que vive la familia de los hijos de Dios.
La Teología de la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vat. II, nos ha hecho comprender que el cristiano como hombre de esperanza, cultiva esta virtud en un doble esfuerzo:
– Haciendo que este mundo se parezca cada vez más a una familia. Por eso la inquietud social para que los bienes de la tierra sean para todos los hombres, en un clima de justicia y fraternidad, entra en los deberes de esperanza de un discípulo de Jesús. "Una sola familia", "todos se traten entre sí como hermanos", son palabras que leemos en la G.S., 32; 24. Si esta conciencia social cala en el mundo, crecerá la esperanza de una vida mucho más humana para todos.
– Trabajando para perfeccionar este mundo y haciendo que los bienes creados lleguen a todos los hombres. Un mundo fraterno, que trabaja y hace buen uso de todos los avances técnicos del momento, no deja que la gente muera de hambre. Y que cada día los ricos sean más ricos y otros no consigan vivir, ni ese desarrollo necesario para que las personas puedan llegar a ser lo que exige la hora de nuestra historia.
UN MILAGRO QUE CONTINÚA
El Evangelio nos cuenta la curación de un sordomudo. Jesús dio gracias al cielo, le tocó los oídos y los labios, y con un poco de saliva lo curó. Y Jesús quería que no lo dijeran, por discreción, pero no lo pudieron callar: "Cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos".
La primera Iglesia con este signo iniciaba a la fe a los que querían ser cristianos. Tenía que abrir sus oídos a la Palabra del Señor, para poder proclamarle con toda la vida: los labios, el corazón y toda la persona.
Y este es un proceso transformador del hombre, que es como un "milagro", necesario en nuestros días. Necesitamos oír constantemente la Palabra de Dios, que:
– Nos asegura el cielo, el futuro que nos espera. Somos seguidores de quien venció con su Resurrección todo el poder de la muerte. Y nos dijo: "Me voy a preparaos sitio... Volveré y os llevaré conmigo, para que dónde yo estoy estéis también vosotros".
Y nos hace entender, que somos hermanos, hijos del mismo Padre Dios y nos manda amar a los prójimos como Jesús nos ha amado. La mejor garantía de un mundo distinto, donde crece la esperanza. Por eso no es de extrañar, que en esta hora de África, hayan sido los misioneros los primeros en responder, con toda la generosidad de sus vidas.
Y los que no podemos cambiar el mundo, ni terminar con las "estructuras del pecado", que crean estas diferencias humanas, sí podemos, con esta Palabra, cambiar nuestro corazón y hacer distinto el mundo que depende de nosotros.
+MONS. JOSÉ MARÍA CONGET